jueves, enero 09, 2003

El Excélsior de ayer y de ahora

El Excélsior de ayer y de ahora
Tenía 17 o 18 años cuando me presenté con los editores encargados de la sección el Búho, del periódico Excélsior, y les pedí que leyeran unos trabajos míos: "quiero colaborar con ustedes", dije humildemente.
Los individuos con que me entrevisté, -ya no estaba al frente de la sección René Avilés Fabila, quien, por cierto, en la Universidad me dio unos talleres de prensa- eran unos cuates que me parecían todos unas cacas grandes del periodismo; sin embargo, para ser sinceros, ahora que los evoco, no pasarían de los 25 años.
Dijeron que me leerían y que luego me llamarían. Lo que, obviamente, nunca sucedió (por fortuna tuve mejor suerte en El Universal, con Paco Ignacio Taibo I, quien en la sección de Cultura me apadrinó y publicó varias crónicas y cuentos cortos míos -los mismos que no quisieron en El Búho- en su sección, "Cronista de Guardia", ya que, de no haber sucedido esto, sin duda me hubiera suicidado, o peor aún, habría acabado como vendedor ambulante o contador público titulado o escritor de novelas para El Libro Vaquero).
El caso es que ayer regresé a este dinosáurico diario y he visto que algunas cosas han cambiado. Pero, para mala fortuna, todas están relacionadas con las instalaciones, ya que el material humano parece que ha envejecido junto con su inmueble, lo único renovado, paradójicamente.
Parecía que había entrado a una oficina gubernamental. Trajes raidos llevados por hombres de otras épocas, en su mayoría reporteros, redactores, administrativos, fotógrafos. No todo el personal era vetusto, como salido de una película de Arturo de Córdoba, o mejor aún, como extras de "Gutierritos", pero sí la mayoría.
Mi sorpresa fue mayor cuando al llegar a la Gerencia General encontré como a 8 hombres haciendo fila para entrevistarse con el Licenciado Aldana. Todos eran unos personajes.
Llevaban trajes desgastados, camisas sucias, corbatas que no combinaban, zapatos sin bolear, un bisoñé pelirrojo mal disimulado, e intuí que todos eran reporteros desempleados que nunca tuvieron una oportunidad y ahora la pedían, es más, la exigían, en el nuevo Excélsior.
Hasta alcancé a escuchar el saludo de un viejo que se acercó a otro un poco más viejo sobre el milagro que era verse después de tantos años, "desde la época gloriosa del Gallito", escuché -es decir, del periódico El Día-.
Entonces imaginé a mis cuates de generación, al Morales, al Iván, al Mario, yendo a tocar puertas dentro de unos años a un periódico o televisora recién renovada, compitiendo por los puestos de trabajo con otros periodistas, pero 30 años menores que ellos.
¡Quiero cambiar de profesión!