lunes, diciembre 02, 2002
(Para el Inmorales, en un aniversario más de vida)
"Encargado de VIdeoclub. Alvaro Obregón numero 8 casi esquina Cuauhtémoc".
Así decía el anuncio. No me desagradaba pasar una temporada rentando películas de acción de Stallone, Jan Claude Van Damme o infantiles al estilo de La sirenita, El Rey León o Serafin.
El caso es que al buscar el número referido en el Aviso Oportuno de El Universal, y después de pasar como por tres moteles de paso que, por alguna razón, pululan por ese lado de la avenida, -a uno de ellos, por cierto, solía llevar a una novia después de ir a comer a los Bisquets de Alvaro Obregón, para echarnos un rapidín y luego llegar como si nada a Televisa- noté un local que no tenía niguna razón social pero sí contaba a la entrada con unos maniquíes vestidos con negligués y ropa de cuero negro.
Leí el número en la pared y correspondía al que buscaba.
Francamente me dio mucha risa saber que estaba a punto de pedir chamba en una sex shop. Sabía que sería uno de esos trabajos sórdidos que me darían muchos temas para las novelas que, dicho sea de paso, nunca voy a escribir. "Aunque sea tendré mucho que reseñar para El Chiringuito", pensé.
Entré con mi solicitud de empleo en la mano, la extendí al encargado, y le dije que, para ser sinceros, no tenía experiencia atendiendo un videoclub, mucho menos porno, pero qué diablos, necesitaba la chamba. Llamó a otra empleada, ésta me preguntó si tenía una foto, que era indispensable -con que no sea una con la verga enhiesta y en pose de actor protagonista de Garganta Profunda, pensé- y me dijo que pusiera en la hoja amarilla el sueldo deseado.
En eso estaba, cuando de una puerta contigua salió una mujer como de 40 y pico de años, vestida de pants y con unos senos enormes que sobresalían de su payasito atigrado blanco y negro, cargando una maleta como las que se llevan para ir al gimnasio. Era evidente. Si viviera el flaco de oro, y lo tuviera enfrente, con su cara suplicante le estaría diciendo a éste: "Agustín, hazme un bolero".
La mujer interrumpió la conversación que tenía con la empleada, -para ser sinceros, mientras hablaba con ella, de reojo observaba unos jueguetitos sexuales que parecían ser unos dedales bastante extraños, y otros artefactos de plástico en forma de vagina, por lo que la mujer además interrumpió la exploración visual que hacía al lugar- y me preguntó si tenía experiencia. Le dije que no, "en el anuncio no decía experiencia", me defendí.
El caso es que sin ningún miramento, la mujer en cuestión asesinó mis aspiraciones de tener una chamba como la de algún personaje de Tarantino, al decirme que no era posible recibir mi solicitud, que era necesaria la experiencia, ya que era un negocio nuevo y necesitaban a alguien que supiera del asunto, para aprender incluso de sus conocimientos.
Maldición, nadie se preocupó por leer mi solicitud, observar que tengo una carrera universitaria, que por supuesto podía manejar perfectamente ese vide club y que hasta les hubiera sido útil proponiéndoles algunas etrategias de mercadotencia para hacer crecer su negocio de sexo. Anyway.
Así decía el anuncio. No me desagradaba pasar una temporada rentando películas de acción de Stallone, Jan Claude Van Damme o infantiles al estilo de La sirenita, El Rey León o Serafin.
El caso es que al buscar el número referido en el Aviso Oportuno de El Universal, y después de pasar como por tres moteles de paso que, por alguna razón, pululan por ese lado de la avenida, -a uno de ellos, por cierto, solía llevar a una novia después de ir a comer a los Bisquets de Alvaro Obregón, para echarnos un rapidín y luego llegar como si nada a Televisa- noté un local que no tenía niguna razón social pero sí contaba a la entrada con unos maniquíes vestidos con negligués y ropa de cuero negro.
Leí el número en la pared y correspondía al que buscaba.
Francamente me dio mucha risa saber que estaba a punto de pedir chamba en una sex shop. Sabía que sería uno de esos trabajos sórdidos que me darían muchos temas para las novelas que, dicho sea de paso, nunca voy a escribir. "Aunque sea tendré mucho que reseñar para El Chiringuito", pensé.
Entré con mi solicitud de empleo en la mano, la extendí al encargado, y le dije que, para ser sinceros, no tenía experiencia atendiendo un videoclub, mucho menos porno, pero qué diablos, necesitaba la chamba. Llamó a otra empleada, ésta me preguntó si tenía una foto, que era indispensable -con que no sea una con la verga enhiesta y en pose de actor protagonista de Garganta Profunda, pensé- y me dijo que pusiera en la hoja amarilla el sueldo deseado.
En eso estaba, cuando de una puerta contigua salió una mujer como de 40 y pico de años, vestida de pants y con unos senos enormes que sobresalían de su payasito atigrado blanco y negro, cargando una maleta como las que se llevan para ir al gimnasio. Era evidente. Si viviera el flaco de oro, y lo tuviera enfrente, con su cara suplicante le estaría diciendo a éste: "Agustín, hazme un bolero".
La mujer interrumpió la conversación que tenía con la empleada, -para ser sinceros, mientras hablaba con ella, de reojo observaba unos jueguetitos sexuales que parecían ser unos dedales bastante extraños, y otros artefactos de plástico en forma de vagina, por lo que la mujer además interrumpió la exploración visual que hacía al lugar- y me preguntó si tenía experiencia. Le dije que no, "en el anuncio no decía experiencia", me defendí.
El caso es que sin ningún miramento, la mujer en cuestión asesinó mis aspiraciones de tener una chamba como la de algún personaje de Tarantino, al decirme que no era posible recibir mi solicitud, que era necesaria la experiencia, ya que era un negocio nuevo y necesitaban a alguien que supiera del asunto, para aprender incluso de sus conocimientos.
Maldición, nadie se preocupó por leer mi solicitud, observar que tengo una carrera universitaria, que por supuesto podía manejar perfectamente ese vide club y que hasta les hubiera sido útil proponiéndoles algunas etrategias de mercadotencia para hacer crecer su negocio de sexo. Anyway.