El cine de nuestras vidas
Silba la noche el sabor del recuerdo. La calle es el cine de nuestras vidas. Ahí suceden tantas cosas.
La banqueta, el aire, la luz, las marquesinas, los edificios, las esquinas, las luces de los carros, proyectan, reviven, en el lugar más vertiginoso de nuestro cuerpo, la pulsación lejana de las compañías, las que hemos sido protagonistas, cuyos guiones terminan truncados, aniquilados a fuerza del tiempo, la distancia, el frío inclemente.
Así llegan los sonidos femeninos, justo cuando menos se le invocan. Así de caprichosa es la calle. Trae los olores, los besos milenarios, las pisadas sin rumbo, los abrazos, los besos, sin importar nombres, estatus, sólo esos días, los que ahora se recuerdan, en que una diferencia de 19 años poco importaron para el amor, al menos, uno efímero, ese que no es amor pero se siente todavía más que el de una pareja de ancianos, esos que matan, queman, alimentan el "presente", y que nunca llegan a ser mañana, -y más cuando así él lo estipuló- porque no podía durar ya no decir siempre, que eso es un montonal de tiempo, sino que tenía que fenecer cuando tuviera que fenecer- lo que al final, ocurrió después de 7 encuentros, 7 encuentros que terminaron en llanto, en delicadas lágrimas de enormes y negros ojos, y que cambiaron el rumbo, tal vez no de sus destinos, tan dispares, tan opuestos, pero sí, al menos, el de los recuerdos, esos que saltan a consecuencia del cine de nuestras vidas.