viernes, abril 11, 2003

Apuntes sobre la cobertura televisiva mexicana de la invasión gringa a Irak



Siendo 11 de abril, dos días después de la toma de Bagdad, creo que Televisa sobre-explotó la presencia de sus reporteros-estrella en la zona del conflicto.
No deja de resultar un acierto la capacidad de reacción de Televisa, lo que se aplaude, sin duda alguna, pero me parece que como televidente uno sintonizaba el canal de las estrellas no para conocer los pormenores periodísticos sobre la invasión gringa en Irak (para eso estaban los periódicos) sino para congratularnos por ver a un compatriota en medio de la "bola".
Dóriga y compañia ensalzaron tanto la sin duda importante presencia de Salazar en Bagdad, que uno sintonizaba el canal 2 más para ver en qué momento nos enterábamos que el equipo mexicano habría sido blanco de algún inconfesable ataque, que en conocer realmente lo que pasaba en este país.
Eran los reporteros mexicanos en Irak, era Salazar en Bagdad, era, por simple deducción, Televisa en medio del conflicto, sin importar la calidad informativa de la cobertura.
Una de dos: o Televisa actuó con el estómago en esta cobertura, o planteó dicha estrategia en términos de rating y para no perder los enormes costos económicos que esta cobertura les ha representado (alguien en Tv Azteca me comentó que a la reportera mexicana, Hannia Novel, la regresaron a México porque ya no podían sufragar los 3 mil 500 dólares diarios que les exigía el gobierno de Saddam, aunque esta cifra hay que confirmar, ya que Lalo Salazar manejó la cifra de 350 dólares diarios).
El hecho es que el éxito en el planteamiento de esta cobertura fue tal, que el rating de Dóriga pasó de 16 puntos que tenía antes de la guerra, a 25 puntos en promedio. La excepción de esta cifra fue el enlace telefónico de Salázar en la que no pudo contener sus lágrimas por la muerte de dos colegas periodistas amigos suyos, ya que esta llamada estuvo a punto de alcanzar picos de 30 puntos de rating, similar a los alcanzados por Big Brother I y La Academia I.
Tv Azteca, por su parte, planteó otra estrategia, en vista de que había perdido presencia en la zona del conflicto.
Atacó a su competidora con las imágenes más crudas que se pudieron ver del conflicto. Cuerpos mutilados, bebés y niños quemados en todo el cuerpo, hombres desmembrados, rostros ensangrentados, todo esto lo pudimos conocer gracias a las frecuencias de Tv Azteca, no sin antes que los conductores advirtieran que eran imágenes que podían lastimar la sensibilidad del televidente.
Canal 40, por su parte, apostó al análisis, al mantener durante los bloques informativos de la guerra a un analista político internacional para hacer un balance del desarrollo del conflicto.
De cualquier manera, sea la opción que haya sido, todo es cuestión de rating, maldita sea.

jueves, abril 10, 2003

EL EJERCITO GRINGO DE LOS POBRES



El sábado pasado el periódico mexicano La Jornada publicó la siguiente nota sobre la composición social del ejército invasor estadounidense. Resulta aleccionador. ¿Los gringos se harán estas observaciones?

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington y Nueva York, 4 de abril.

El dramático rescate nocturno de la soldado Jessica Lynch por las fuerzas especiales de un hospital en Nasiriya, donde se encontraba presa de las fuerzas iraquíes, recibió elogios del presidente George W. Bush, fue celebrado por los medios e inspiró cuentos del heroísmo militar estadunidense, pero la historia de cómo Lynch y sus camaradas se encuentran ahora en Irak ofrece elementos para explicar la naturaleza de quienes integran las actuales fuerzas armadas de Estados Unidos.
Los soldados estadunidenses que combaten en Irak no son hijos e hijas de los líderes políticos que tomaron la decisión de lanzar esta guerra. Una investigación realizada a los 435 legisladores de la Cámara de Representantes encontró que sólo uno de ellos tiene a un miembro de su familia inmediata en las filas militares.
El gobierno de Estados Unidos disolvió el servicio militar obligatorio a principios de la década de los años 70 y hoy el millón 400 mil personas que conforman las fuerzas armadas de este país son reclutadas, en gran medida, de familias pobres que optan por las oportunidades de educación y capacitación gratis que se ofrecen a los que se su-man a las filas militares.
"Lo llaman el reclutamiento de la pobreza -explica Todd Ensign, de la organización Citizen Soldier (Soldado Ciudadano)-. No tenemos más el reclutamiento obligatorio, pero en su lugar tenemos el reclutamiento obligado por la pobreza. Las personas que hoy ingresan a las filas militares son abrumadoramente gente que no cuenta con di-nero para acudir a la universidad y otros tipos de capacitación profesional".
La historia de la soldado Lynch ofrece un ejemplo claro de esta evaluación del perfil socioeconómico. La joven proviene de una familia de trabajadores pobres del pueblo rural de Palestine, West Virginia.
Su hermano también está en el ejército y su hermana tiene la intención de sumarse a las filas militares el próximo año. El padre es chofer de camiones.
En Palestine la tasa de desempleo es más del doble del promedio nacional y la mayoría de familias de ahí no tiene los dineros para enviar a sus hijos a la universidad.
Lynch se enlistó en el ejército porque las fuerzas armadas pagarían una educación universitaria que no podría obtener de otra manera, y la cual necesita para lograr su ambición de ser maestra de párvulos al cumplir con su servicio militar.
Entre los otros soldados capturados junto con ella está Rubén Estrella Soto, cuyo padre es mecánico en Ciudad Juárez, y la especialista Shoshana N. Johnson, quien nació en Panamá y cuyos padres se enteraron de su captura por la cadena de televisión hispana Telemundo.
El porcentaje de afroamericanos en las filas militares es el doble de su presencia en la población general, y un reciente sondeo del diario The New York Times reveló que hay muy pocos hijos e hijas de ricos en las filas armadas, con excepción del cuerpo elite de oficiales militares.
Esta disparidad provocó que el legislador federal Charles Rangel propusiera restituir el servicio militar obligatorio.
"Creo que si aquellos que llaman a la guerra supieran que sus hijos probablemente serían obligados a servir -y a ser colocados frente al peligro- habría más cautela y ma-yor disposición para trabajar con la comunidad internacional para manejar el asunto de Irak", declaró Rangel cuando presentó su proyecto de ley.
"Una renovación del servicio militar obligatorio podría ofrecer un mayor aprecio de las consecuencias de ir a una guerra", afirmó el legislador.
La idea, explicó Rangel en su iniciativa presentada a la Cámara de Representantes el mes pasado, es que cada hombre joven en este país tendría que registrarse y estaría en una situación donde se le podría obligar a ingresar a las fuerzas armadas, y así las filas militares representarían más plenamente a todos los sectores económicos y sociales del país, incluyendo a la clase política y empresarial.
De hecho, la infraestructura para administrar un servicio de reclutamiento obligatorio todavía existe en el país: todos los hombres de 18 años de edad están obligados a registrarse en el sistema militar.
Por cierto, ahora bajo una ley promulgada después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington, todas las preparatorias del país están obligadas a ofrecer a los militares los nombres, el historial académico y los orígenes de todos sus estudiantes.
Pero inclusive un renovado sistema de servicio militar obligatorio no eliminaría la disparidad del sistema actual, comenta En-sign en entrevista con La Jornada.
Durante la guerra de Vietnam, cuando existía el servicio militar obligatorio, los hijos de los ricos y privilegiados de este país -incluyendo al ex presidente Bill Clinton y una buena parte de los más altos funcionarios del gobierno de Bush- evitaron el "honor" de servir a su país enrolándose en las fuerzas armadas al obtener permisos pa-ra acudir a universidades u obteniendo descalificaciones médicas falsificadas.
Setenta y seis por ciento de los soldados estadunidenses en Vietnam provenía de la clase trabajadora o de familias de ingresos mínimos, y sólo 23 por ciento tenía padres profesionistas y técnicos, reportó recientemente el New York Times.
Aun así, Ensign señaló que si existiera só-lo la amenaza de que sus hijos podrían ser sujetos de participar en combate en una guerra, esto podría disminuir el entusiasmo del Congreso y otras dependencias del go-bierno por las guerras.
"Si tuviéramos a jóvenes blancos de clase media enfrentando el peligro, no estaríamos tan ansiosos por ir a la guerra", dijo.